Historias y Leyendas

El reencuentro con la Navidad

Ricardo Cabrera

Diciembre 24, de 2020

Es difícil recordar cual fue la primera Navidad que le dio el sentido particular de felicidad a las que vinieron después en mi vida.

Siendo niño solía percibir la clara diferencia de esta época del año respecto de los otros meses. La gente que me rodeaba se veía feliz por el solo hecho de saber que estaríamos juntos, era como una especie de enfermedad que se contagiaba al menor esbozo de sonrisa.

No alcanzaba a entender bien a bien, pero todo nuestro entorno parecía diferente, y no porque los árboles hubieran perdido las hojas, o sintieras que el frío en las mejillas las convertía en cartón.

En la cocina mi madre se afanaba para recrear las delicias que habitarían la amplia explanada de la mesa familiar, solía creer que las delicias culinarias eran como una especie de pueblo nómada, y que solo por esa noche en particular se asentaría sobre nuestro mantel que semejaba una llanura interminable, donde los pollos recién horneados ocupaban el centro, erigiéndose como un monumento, iban flanqueados por sendas ensaladas de frutas de la estación —jardines de delicias— estas flotaban sobre un lago espeso y dulce de crema y las uvas pasas semejaban pequeños islotes.

Los vasos altos y esbeltos eran torres que custodiaban los platos que esperaban a ser llenados con las bendiciones de la cena preparada.

Con el cariño que solo ella —mi madre— le podía dar. Mientras, mi padre se regocijaba de la sazón y de lo bien dispuesta de la mesa. Yo por mi parte, hurgaba con un dedo en la ensalada de pollo, por supuesto se dejaba sentir un zape a modode advertencia, obligándome a abandonar la incursión punitiva —cuando menos por el momento—.

Después en el orden del día, como si se tratara de un protocolo preestablecido, la llegada de los tíos y los primos era una recompensa adicional, su recepción se llenaba de abrazos, de risas y parabienes y pronto sus manos eran ocupadas con vasos con rompope, todo por el festejo de su llegada. Este telón de fondo era el escenario a nuestras espaldas, y nos cobijaba con la felicidad familiar. Afuera el frío y una llovizna de la estación contribuían para recrear la atmósfera decembrina.

En este estado de euforia colectiva, bastaba cualquier comentario para provocar la risa general, intoxicándonos en una embriaguez colectiva que no ocasionaba resaca.

Mis hermanos y primos nos sentábamos frente al árbol, un árbol que por sí mismo ya era especial, era un regalo de la tierra, y no venía encapsulado en una caja; su olor fresco —como si estuviéramos en el bosque— nos hacía creer que diciembre era mágico. Nos perdíamos en las luces de colores, nuevas cada año, resultaban tan efímeras como los días de fiesta, era como si estuvieran sincronizadas para dejar de funcionar con el advenimiento del nuevo año, tenían la particularidad de verse titilantes, esto era una verdadera novedad. Lucían como estrellitas de colores y tratábamos de adivinar qué color encendería primero: azul, rojo, amarillo, verde…

Los parpadeos eran tan fugaces como nuestra atención hacia ellas.

Cuando empezaba a caer la noche éramos tomados por asalto por las primeras huestes de niños como nosotros, los escuchábamos en el portal de la casa, muchos de nuestros amigos solían pedir posada cantando el tradicional villancico

«En el nombre del cielo, os pido posada…»

Nosotros terminábamos uniéndonos a ellos y comenzábamos el peregrinar por calles que. aun con mala iluminación eran seguras.

Nuestro árbol me parecía el más bonito que podría existir, las esferas de vidrio, lustrosas y coloridas pendían de sus ramas que se achaparraban con su peso dándole una expresión lánguida y verde, un árbol con actitud ciertamente muy relajada. En la punta la estrella de cartón cubierta de diamantina lo coronaba, previamente había sido colocada por mi padre, pues él era el encargado oficial de hacerlo. Nuestra inocencia infantil veía a la navidad como el suceso más importante del año, más aún que nuestros cumpleaños. La celebración del nacimiento de un niño, nos recreaba un ser misterioso que era adorado por todos nosotros, este rito familiar nos hacía sentir más unidos.

No podría precisar cuándo se terminó este encanto especial que la Navidad tenía para mí.

Pero se con exactitud cuándo resurgió la magia de mi niñez que mi familia me hacía sentir en el pasado.

Esto ocurrió de forma repentina, como el viento en la cara, como el olor a pólvora de los cohetones de fiesta. Regresó a mí con colores y olores diferentes, con sonrisas nuevas y frescas, con miradas limpias y cargadas de afecto procedentes de rostros que no eran en modo alguno parecidos al mío, pero que me dieron la seguridad que se trataba de mis hijos. Con ustedes —mi nueva familia— regresó el sentido de intoxicación feliz de sentirse atrapado entre los abrazos y los besos azucarados por el almíbar, o alguna golosina procedente de sus bolsillos. Atrapado por la incertidumbre reflejada en sus caritas, esperando con mal contenida ansiedad los regalos del día siguiente. El sentido religioso de la estación abordó el tren de partida que se fue con mi niñez. Pero recuperé sin duda el misticismo del dios naciente a través de ustedes. La alegría se quedó nuevamente en mí, como el olor del pan cuando sale del horno que hueles con deleite y esperas que no termine. Recuperé con creces a través de ustedes la esencia de mi niñez extraviada hacía mucho tiempo ya.

Cada navidad que compartimos juntos, hacían que mi pecho se inflamará hasta sentir que reventaría de felicidad mal contenida.

Los recuerdos solo causan dolor cuando deseamos deshacernos de ellos. En el tiempo, estos recuerdos se pueden volver transparentes, hasta hacerse tan tenues que corren el riesgo inminente de extraviarse y no ser encontrados nunca más.

Los míos están aquí, perennes, indelebles, en la tinta de mi bolígrafo, en mi corazón y en cada parte de mi ser. Y los dejo aquí, para ustedes, para cuando sientan como yo que han perdido parte de su esencia a causa de las muchas hojas que se hayan apilado en el calendario.

Y que, como yo, puedan recobrar todo el color y amor de su padre a través de la sonrisa de sus hijos, y logren imaginar, que la esencia de la Navidad es la de la unión familiar.

Es difícil recordar cual fue la primera Navidad que le dio el sentido particular de felicidad a las que vinieron después en mi vida.

Siendo niño solía percibir la clara diferencia de esta época del año respecto de los otros meses. La gente que me rodeaba se veía feliz por el solo hecho de saber que estaríamos juntos, era como una especie de enfermedad que se contagiaba al menor esbozo de sonrisa.

No alcanzaba a entender bien a bien, pero todo nuestro entorno parecía diferente, y no porque los árboles hubieran perdido las hojas, o sintieras que el frío en las mejillas las convertía en cartón.

En la cocina mi madre se afanaba para recrear las delicias que habitarían la amplia explanada de la mesa familiar, solía creer que las delicias culinarias eran como una especie de pueblo nómada, y que solo por esa noche en particular se asentaría sobre nuestro mantel que semejaba una llanura interminable, donde los pollos recién horneados ocupaban el centro, erigiéndose como un monumento, iban flanqueados por sendas ensaladas de frutas de la estación —jardines de delicias— estas flotaban sobre un lago espeso y dulce de crema y las uvas pasas semejaban pequeños islotes.

Los vasos altos y esbeltos eran torres que custodiaban los platos que esperaban a ser llenados con las bendiciones de la cena preparada.

Con el cariño que solo ella —mi madre— le podía dar. Mientras, mi padre se regocijaba de la sazón y de lo bien dispuesta de la mesa. Yo por mi parte, hurgaba con un dedo en la ensalada de pollo, por supuesto se dejaba sentir un zape a modode advertencia, obligándome a abandonar la incursión punitiva —cuando menos por el momento—.

Después en el orden del día, como si se tratara de un protocolo preestablecido, la llegada de los tíos y los primos era una recompensa adicional, su recepción se llenaba de abrazos, de risas y parabienes y pronto sus manos eran ocupadas con vasos con rompope, todo por el festejo de su llegada. Este telón de fondo era el escenario a nuestras espaldas, y nos cobijaba con la felicidad familiar. Afuera el frío y una llovizna de la estación contribuían para recrear la atmósfera decembrina.

En este estado de euforia colectiva, bastaba cualquier comentario para provocar la risa general, intoxicándonos en una embriaguez colectiva que no ocasionaba resaca.

Mis hermanos y primos nos sentábamos frente al árbol, un árbol que por sí mismo ya era especial, era un regalo de la tierra, y no venía encapsulado en una caja; su olor fresco —como si estuviéramos en el bosque— nos hacía creer que diciembre era mágico. Nos perdíamos en las luces de colores, nuevas cada año, resultaban tan efímeras como los días de fiesta, era como si estuvieran sincronizadas para dejar de funcionar con el advenimiento del nuevo año, tenían la particularidad de verse titilantes, esto era una verdadera novedad. Lucían como estrellitas de colores y tratábamos de adivinar qué color encendería primero: azul, rojo, amarillo, verde…

Los parpadeos eran tan fugaces como nuestra atención hacia ellas.

Cuando empezaba a caer la noche éramos tomados por asalto por las primeras huestes de niños como nosotros, los escuchábamos en el portal de la casa, muchos de nuestros amigos solían pedir posada cantando el tradicional villancico

«En el nombre del cielo, os pido posada…»

Nosotros terminábamos uniéndonos a ellos y comenzábamos el peregrinar por calles que. aun con mala iluminación eran seguras.

Nuestro árbol me parecía el más bonito que podría existir, las esferas de vidrio, lustrosas y coloridas pendían de sus ramas que se achaparraban con su peso dándole una expresión lánguida y verde, un árbol con actitud ciertamente muy relajada. En la punta la estrella de cartón cubierta de diamantina lo coronaba, previamente había sido colocada por mi padre, pues él era el encargado oficial de hacerlo. Nuestra inocencia infantil veía a la navidad como el suceso más importante del año, más aún que nuestros cumpleaños. La celebración del nacimiento de un niño, nos recreaba un ser misterioso que era adorado por todos nosotros, este rito familiar nos hacía sentir más unidos.

No podría precisar cuándo se terminó este encanto especial que la Navidad tenía para mí.

Pero se con exactitud cuándo resurgió la magia de mi niñez que mi familia me hacía sentir en el pasado.

Esto ocurrió de forma repentina, como el viento en la cara, como el olor a pólvora de los cohetones de fiesta. Regresó a mí con colores y olores diferentes, con sonrisas nuevas y frescas, con miradas limpias y cargadas de afecto procedentes de rostros que no eran en modo alguno parecidos al mío, pero que me dieron la seguridad que se trataba de mis hijos. Con ustedes —mi nueva familia— regresó el sentido de intoxicación feliz de sentirse atrapado entre los abrazos y los besos azucarados por el almíbar, o alguna golosina procedente de sus bolsillos. Atrapado por la incertidumbre reflejada en sus caritas, esperando con mal contenida ansiedad los regalos del día siguiente. El sentido religioso de la estación abordó el tren de partida que se fue con mi niñez. Pero recuperé sin duda el misticismo del dios naciente a través de ustedes. La alegría se quedó nuevamente en mí, como el olor del pan cuando sale del horno que hueles con deleite y esperas que no termine. Recuperé con creces a través de ustedes la esencia de mi niñez extraviada hacía mucho tiempo ya.

Cada navidad que compartimos juntos, hacían que mi pecho se inflamará hasta sentir que reventaría de felicidad mal contenida.

Los recuerdos solo causan dolor cuando deseamos deshacernos de ellos. En el tiempo, estos recuerdos se pueden volver transparentes, hasta hacerse tan tenues que corren el riesgo inminente de extraviarse y no ser encontrados nunca más.

Los míos están aquí, perennes, indelebles, en la tinta de mi bolígrafo, en mi corazón y en cada parte de mi ser. Y los dejo aquí, para ustedes, para cuando sientan como yo que han perdido parte de su esencia a causa de las muchas hojas que se hayan apilado en el calendario.

Y que, como yo, puedan recobrar todo el color y amor de su padre a través de la sonrisa de sus hijos, y logren imaginar, que la esencia de la Navidad es la de la unión familiar.

La vela de Cebo

Ricardo Cabrera

Noviembre 1, de 2020

Don Severo intentó corregir la deformación de la última vela de cebo que guardaba para la ofrenda del día de muertos, el calor había hecho estragos significativos, por más intentos que hizo, la vela continuaba porfiada en su extraña posición. Resignado a no obtener éxito, se dijo a sí mismo que después de todo, la intención era lo más importante, el modesto altar ocupaba una esquina de su habitación, él hubiera deseado honrar a sus muertos con las delicias propias de tan significativo día, pero ni que hacer, un vaso con agua y un pedazo reseco de pan de muerto era todo lo que se podía apreciar frente a las fotografías descoloridas que parecían sonreírle desde el más allá. En el centro, reservado para su esposa por supuesto, la fotografía más grande, aún recordaba como si fuera ayer, el día que realizaron el viaje hasta Pochutla, expresamente para tomar a foto en cuestión, ella se había ataviado con un huipil hermoso, producto de sus buenas artes en el hilado. Lucía espléndida, Don Severo se enamoró nuevamente en cuanto la vio, los hijos aún no nacían, para eso habrían de pasar algunos años más.

Más abajo, en el segundo plano del altar, se veían las fotografías en dudosos colores, de dos adolescentes, aún se podía apreciar —si se tenía el tiempo para ello— el color moreno de la piel de los casi niños. Sus hijos varones nunca alcanzaron la edad adulta, víctimas de la malaria, los dejaron a él y su esposa en un estado de abatimiento tal, que tardaron muchos años en reponerse. Acarició las fotos viejas, y las colocó nuevamente en su posición. cada año los honraba, cada año, los rezos para que disfrutaran de su estancia en el otro mundo eran los mismos, por respuesta, el paso de los años se iba acumulando en sus espaldas. Ahora estaba irremediablemente solo, su hija Catalina, la única que recordaba como sobreviviente de una familia que le parecía cosa de ficción, había desaparecido de su vida sin más ni más, el marido decidió llevársela a ella y sus nietos a otras tierras y desde entonces, ni sus luces.

Una plegaria por lucifer

Ricardo Cabrera

Septiembre 26, de 2020

Cuando las historias se hacen incomodas, los adultos prefieren esconderlas de los más pequeños, de aquellos que a su juicio no tienen la capacidad para entender, sin embargo, este relato ha trascendido a través del tiempo, y aunque hoy para muchos es una leyenda, ni duda cabe que, en algún lugar de este vasto planeta, alguien con la misma inocencia que la protagonista, eleva una plegaria por el diablo.

Rincón de Romos es un hermoso pueblo provinciano Enclavado en la Sierra madre Occidental, en el municipio de Aguascalientes, con el correr de los años, esta población ha adquirido un color antiguo, como si el tiempo no la tocara, es cierto la modernidad se encuentra presente en las calles, en los bolsillos de sus habitantes a través de un celular, o de un reloj, pero la esencia reside en sus paredes, en sus acueductos en los colores propios de una población que se ha negado a integrarse del todo a los nuevos tiempos.

Hace muchos años, que importa cuantos, ni siquiera los nombres de los protagonistas, la trascendencia está en los hechos de los mismos.

Una de tantas familias residentes de este idílico, cuya única riqueza residía en el inmenso amor que su hija pequeña les prodigaba. La niña era de una naturaleza tal que parecía un pequeño ángel al que le habían abierto las puertas en el cielo y había sido dejado en custodia a los humanos.

El pozo

Ricardo Cabrera

Septiembre 10, de 2020

Loira miraba embelesada como el fondo del pozo se convertía en un espejo plateado, era tan resplandeciente que la luz ascendía por sus paredes, iluminando los ladrillos como si se tratara de un túnel que la invitaba a entrar y perderse en él. Fue la primera vez que la magia del pozo, como ella la llamo después la tocaba hasta las fibras más profundas de su alma.

A partir de ese día, arrobada por el fenómeno de luz, ella era puntual a la cita, esperaba con verdadera devoción, que la luna se encontrara en el cenit, ya en esta situación, no habría poder humano que la separara de su ensoñación con el pozo.

Las experiencias comenzaron una noche cualesquiera, estaba por entrar a la pubertad, y aún poseía ciertas características andróginas que imposibilitaban –de primera mano- distinguir en ella a un chico de una chica. Poseedora de unos enormes ojos negros- semejantes al pozo cuando no era iluminado-, que resaltaban sobre su piel extremadamente blanca, haciendo que el resto de su rostro careciera de importancia. El cabello, cortado casi a ras del cráneo para evitar ser parte de la infestación de piojos que se habían convertido en el azote de la pequeña aldea.

Historia de un perro callejero

Ricardo Cabrera

Septiembre 07, de 2020

El perro vio llegar a la gente, el movimiento había comenzado desde muy temprano, se acercó curioso para ver de qué se trataba, algo importante estaba por ocurrir pensó, la gente no llega en manada, así como así. Lo único cierto, es que las patadas y los chús, se multiplicaron, nadie lo quería cerca, eso era normal, en su cuerpo se veían múltiples cicatrices, ya eran viejas, algunas ni siquiera recordaba cómo se las había ganado, en los cuartos traseros aun le quedaba el recuerdo en piel sin pelos, del caliente líquido que salió de una olla, y tras ella una mujer que rompió con el encanto de su primera conquista, a él le fue mejor, la hembra, según recordaba, se quedó aullando de dolor, tirada en la fría acera. Es verdad, que salieron algunos vecinos indignados, él los pudo ver desde la esquina, pero en realidad lo que deseaba era regresar, arrastrar el cuerpo doliente de su compañera, ella seguía tirada, quienes pasaban la veían con tristeza, pero nadie hacia nada, por la tarde de ese mismo día, llegaron los de la perrera, la subieron al carro del que no se regresaban. A modo de recuerdo, solo quedó una mancha blanca de cal.

 

Manchas en la pared

Ricardo Cabrera

Julio 24, de 2020

Las alucinaciones empezaron de manera extraña, se había sentido mal toda la tarde y paulatinamente la temperatura comenzó a subirle.  Un dolor muy fuerte se apodero de todas sus articulaciones, sus rodillas se negaban a sostenerlo, se recostó; eso no fue una buena idea, levantarse nuevamente requirió de un doble esfuerzo, el cansancio le cerraba los ojos, si no fuera por las malditas ganas de ir al baño. No había comido nada en todo el día y ahora, la llamada de la naturaleza le obliga a sentarse en la fría taza. Sus pies se movieron lentamente hasta llegar a la puerta del baño, estuvo a punto de caer al apoyarse en ella, había quedado mal cerrada y al recargarse se fue con el impulso.

—¡Maldición! —sentía el dolor concentrarse en el codo, seguramente se lo había lastimado. Deseaba terminar con su visita al retrete y regresar a la comodidad de su cama. Seguramente para el día siguiente estaría mejor, la incertidumbre de haberse enfermado de COVID persistía, tan pronto como tuviera ánimos se lo haría saber a una amiga con la cual hablaba todos los días.

Sentado, sentía correr los escalofríos por todo el cuerpo, parecía perro mojado, temblaba en forma incontrolable, pero continuaba firme en el propósito que lo tenía allí.

Por casualidad sus ojos se toparon con dos puntos oscuros en la pared, eran dos taquetes sin los tornillos, no recordaba para que había hecho esos agujeros, y mucho menos le habían llamado la atención antes. Se encontraban muy juntos, semejaban dos ojos redondos, como los del robot Wally pensó, eso le divirtió por un momento, mantuvo su mirada fija, las protuberancias, comenzaron a danzar frente a sus ojos.

¡Que los hijos ya vienen, que te lo digo yo!

Ricardo Cabrera

Agosto 15, de 2020

—Mujer, que esta calentito, que lo hice yo, tienes que comerlo, hazlo por mí, por favor, que los hijos ya vendrán, que te lo digo yo, que ahora no pueden, que los aviones, que los niños y la escuela, que el perro se ha puesto malo; que se yo. Pero te aseguro que vendrán ¡que me lo han dicho! Que por las navidades es seguro ¿qué no quieres ver a los críos? que el Jose ya está crecido, mira tú si no —el anciano extrajo una foto que tan vista se veía borrosa, dejó la cucharilla de lado, y el caldo espeso con unas papas nadando, descolorido, tanto como la fotografía vieja que sostenía en sus manos.

la acercó a los ojos de la mujer, tan vieja, o más que él, sus ojos, hundidos en sus cuencas, entre bolsas de arrugas y una piel que el tiempo había privado de su brillo. Apenas si parpadeo, su boca desdentada, continuaba entreabierta.

El frío calaba, el viejo, le retiró la foto, la guardo nuevamente, para enseñarla mañana, para renovar las mismas promesas: que los hijos ya vienen.

Con amor desmedido, con la dificultad de más años de los que deseara, envolvió el cuerpo, en la colcha vieja.

Ante la inutilidad de intentar alimentarla, se sentó a su lado, con su cuerpo intentaba transmitir más calor a la anciana que miraba al vacío, sin percatarse del tiempo, sin sentir el olor fuerte del encierro, sin percibir la claridad del día.

Chechu

Ricardo Cabrera

Agosto 05, de 2020

…Solo un short y una camiseta rota medio cubrían su cuerpo, su dentadura, lo hacía verse un tanto temerario, dos dientes quebrados le daban una apariencia de tiburón emergiendo de entre el pastizal. Su piel oscura no era suficiente para ocultar algunas cicatrices bastante viejas —según lo que se podía observar—, su voz se convirtió en grito, parecía estar acostumbrado a dar por sentado que esto traería mayores beneficios que solo decir las cosas que sentía.

Lupe, el más alto y menos complaciente de nuestro grupo, no se dejó amedrentar y fue en busca del balón, por las buenas o… por las buenas.

—¡Dame la pelota! ¡dientes de corcholata! –la carcajada general no se hizo esperar. Pero Chechu, no entregó el balón —y lo peor del asunto—, ni siquiera retrocedió ante el avance de Lupe.

Estando frente a él, pensó que con un empujón sabría entender quien mandaba y con ello bastaría para entregar el balón. Pero la cosa no resultó tan fácil, con un movimiento que Lupe no esperaba, se fue de boca cayendo de espaldas, Chechu, aprovechó la oportunidad y se montó a horcajadas sobre su espalda, y sin medir consecuencias, empezó a golpearlo con el balón por todas partes, sus brazos semejaban un molino, Lupe, no lograba quitarse al improvisado jinete, fue entonces que el resto de la tropa salió en su defensa quitándolo de encima…

¡El hijo de Batman me atacó!

Ricardo Cabrera

Julio 22, de 2020

…—No está muerto —les dije a los chicos que continuaban atentos al bicho. Entonces, en un ataque de temeridad, recordando los días de mi niñez, en los cuales, gustábamos de atrapar murciélagos y atarles una cuerdecilla en la pata para verlos volar y evitar que se fueran.

En el amplio patio de los vecinos, un tronco seco, había sido adoptado como morada de los volátiles, cerca de las seis de la tarde, empezaban a salir los primeros, normalmente lo hacían volando, pero uno que otro, decidía escalar el tronco y después elevarse al cielo en silencio aleteo. Está, era nuestra oportunidad. De un manotazo los tirábamos al suelo, la mayoría resistía el impacto, pero no faltaba aquel que, atontado se quedara tirado. Entonces, entraba en juego nuestra pulida técnica para agarrarlos. Volteábamos al ratón alado, lo asíamos de ambas alas, y utilizábamos nuestros dedos; índice y anular respectivamente para sujetarlo, el dedo medo actuaba como cuña echándolo hacia atrás. De esta forma conseguíamos inmovilizarlo, claro que nuestros padres nunca se enteraron de nuestras “infantiles” correrías. Era un triunfo tenerlo sujeto y más ser reconocido por la troupé. Otro se encargaba de atar una pata y nuestra diversión estaba garantizada, después, hartos del juego, le devolvíamos la libertad para que fuera a “ cenar”  en compañía de sus compañeros. Olvide un detalle, al tener sujeto a este murciélago del presente : No es lo mismo  Los tres mosqueteros, que veinte años después.

Los chiquillos estaban maravillados al ver mi acto casi circense de tener sujeto entre mis dedos al bicho que antes les llamara tanto la atención. No podían creer que me hubiera atrevido a tomarlo…

Una niña demasiado vieja

Ricardo Cabrera

Julio 17, de 2020

Para la vieja, el hábito de dejar su taza de café a un lado de la ventana se había convertido en una especie de ritual, no lo hacía con el afán de molestar, simplemente, después de deleitarse con la bebida, y contabilizar a cuanto transeúnte pasaba, se desconectaba del mundo. Su consciencia parecía haberse ido con el último sorbo del aromatizado líquido.

Como preludio del inicio de su día, su nieta escuchaba el ruido de los resortes de su destartalada cama, indicio inequívoco de la autora; su abuela, en el borde de la cama, buscaba a tientas sus sandalias, se complacía con el ruidillo que ocasionaban, era como la lija cuando raspa la madera.  

Por supuesto, a la nieta este tipo de manifestaciones seniles le ponían los pelos de punta. Se había cansado de pedirle, de rogarle que no lo hiciera, pero era como hablar en una iglesia vacía, las paredes le devolvían su propia voz. Y esto ocurría invariablemente, todos los días.

Se levantaba, se quedaba parada bajo el marco de la puerta en espera de su nieta, cuando la tenía a un lado, era conducida al baño, como si se tratara de una niña, una niña demasiado vieja. Después, ocupaba su silla, el primer sol de la mañana cubría sus marchitos brazos con el mismo amoroso calor de una capa, su largo cabello blanco, caía como el velo de una novia. Tomaba el cepillo y comenzaba a cepillarse lentamente, era la invitación para que su nieta continuara con la tarea comenzada por ella.

El columnista

Ricardo Cabrera

Julio 14, de 2020

Todos los días, con férrea disciplina, el columnista se sentaba frente a su vieja laptop, el café humeante, preparado con la paciencia de un artesano, era su única compañía, colocado a la derecha, donde pudiera ver desprenderse el humo de la taza –siempre la misma-. Esta rutina, alimentaba la imaginación en forma constante y prolija. La hoja digital, parecía llenarse mágicamente con el producto de su esfuerzo, no era una situación mecánica, era un deleite personal. Los temas podían ser tan disparatados como fantásticos, nada parecía ajeno a sus dedos que volaban sobre el teclado negro.

Aunque, en un principio, solía escribir solo para él, pronto, se dio cuenta de la necesidad de compartir todo aquello que era almacenado en carpetas en su equipo de cómputo. Cierto día, por la tarde, se dio a la tarea de revisar una a una, sus aportaciones. Las leyó con ojo crítico, y vaya que algo sabía sobre ser crítico. Deshecho un par, no por malas, por el contrario, considero que eran demasiado buenas para perderse, y les preparó un mejor destino, esas en particular, podrían generar historias de mayor peso, siempre hay lectores ávidos de más. Para ellos serían convertidos en algo que perdurara.

Su proyecto inició al siguiente día, su decisión estaba tomada, -un escritor, necesita lectores- bueno, pues manos a la obra, habría que buscarlos. No solía ser pretenciosos en cuestiones de recuperación monetaria por su trabajo, le asistía más bien una especie de secreta vanidad del elogio, no por petulancia, sino por el hecho de contar la aprobación popular sobre algún talento personal.

Dylan y Benito

Ricardo Cabrera

Julio 12, de 2020

Todo empezó con una tarde lluviosa, normal en la Ciudad de México, si tomamos en cuenta que llueve prácticamente todos los días. Y aunque el inicio de la historia nos haga recordad la canción de Armando Manzanero: Esta tarde vi llover, nada más alejado de una idea romántica. Por el contrario, es más bien, producto de las condiciones en las cuales el protagonista llegó a esta vida. Nació temprano por la mañana del día en cuestión, detrás de un contenedor de basura, en el mercado de Sonora, no hubo quien se diera cuenta, o si lo hubo, cada cual decidió continuar con sus propios asuntos.

La gente es solidaria cuando se trata de terremotos, pero inmiscuirse con una mujer sucia y en estado tan lamentable como la madre de este nuevo ser humano, eso, eso ya es otra cosa. El padre, podría ser cualquiera de los vagabundos o teporochos que abundan en igual número que los perros famélicos de esa zona.  El bebé había sido producto de una copulación, si de un mero acto de encuentro sexual, en el estacionamiento de un Oxxo, escudados por un transformador verde y a plena luz del día. Cuando decimos que nuestra ciudad es grande, me pregunto si esto es una de las cosas que merece tal adjetivo.

El instinto de la mujer recién parida le decía que no estaba bien dejarlo tirado en el lugar mismo en el cual el inocente ser llegó, lo miró detenidamente, era un hermoso bebé, no había duda, como pudo, cortó el cordón umbilical con sus propios dientes, a saber, si la acción era ya aprendida por anteriores alumbramientos o la naturaleza despertaba en ella sentimientos ancestrales. Lo cubrió con un chal sucio, el frío empezaba a calar, los nubarrones anunciaban lluvias; seguramente el niño no vería la mañana siguiente. Lloró desesperado ante la sensación que mordía sus carnes nuevas. Unas gruesas lágrimas cayeron sobre la cara rojiza del bebé.

Amina

Ricardo Cabrera

Julio 11, de 2020

El sueño de Amina por fin se convertía en realidad, después de muchos años de duro trabajo, sin desdeñar ninguno por indignante que fuera, incluso, durante un tiempo –corto, por suerte- ejerció la prostitución. Por fortuna eso era cosa del pasado. Temprano por la mañana, había recibido las llaves de su propia vivienda. Eso, la convertía en la flamante propietaria de su propia casa. Y lo que era mejor aún, no existía una deuda posterior para seguir pagando. Ni ella misma creía que la suerte se apiadara de ella y le sonriera, aún era joven, podía aspirar a tener una vida. Se trasladó hasta la propiedad, quedaba un tanto retirada del centro de la ciudad, el trasporte para llegar era escaso, se las tenía que agenciar como fuera, a pie, el recorrido serían unos cinco kilómetros de terracería mala, por las mañanas eso importaba tanto, pero por las noches el camino podría traerle problemas.

Amina, se había propuesto dejar las quejas personales de lado, muchas cosas negativas habían ocurrido en su vida, como para comenzar ahora que ya era una señora de casa, con quejas de desamparados de la fortuna. No, definitivamente no comenzaría esta nueva etapa de esa forma. Decidida, se agenció un viejo carromato, jalado por una mula de mediana edad, aun aguantará bastante, pensó. De esta forma, el trayecto sería menos pesado.

Su modesta vivienda, a la cual ella veía como un palacio, tenía una hermosa vista del Popocatépetl e Iztaccíhuatl, las mañanas eran frías en cualquier época del año, pero los cielos, de tan azules y limpios dolían en los ojos. Además, la tierra parecía buena, negra como su pasada juventud y porosa como sus bolsillos.

La niña del columpio

Ricardo Cabrera

Julio 09, de 2020

Roberto vio por enésima vez su reloj, sentado en la banca del parque esperaba a Maru. Ella, fiel a su costumbre llegaría lo suficientemente retrasada como para empezar con una disputa sobre la importancia de llegar a tiempo. Eso era tan común, que a Roberto le parecía era a propósito. Seguramente ella estaba probando -en forma algo retorcida-, su dedicación hacia ella.

Catorce, quince dieciséis… Harto de la espera comenzó a contar las hojas que caían del árbol frente a él, eso, era mejor que estar con la mente en blanco.

Se enfrascó tanto en el arte de contar hojas, que no escuchó un primer grito, Roberto, seguía a lo suyo. Un segundo grito, más potente que el primero lo sacó de su marasmo haciendo que el sobresalto casi lo tirara de la banca de la cual ya se había convertido en único dueño.

Se levantó de un salto, con la agilidad de sus casi veinte años, tratando de ubicar el origen de los gritos, corrió en dirección a los setos que separaban los juegos infantiles de un camino de arena. Agitado, vio a una niña de unos ocho años, se balanceaba precariamente en un columpio. Su piernita se había quedado atorada entre el asiento y la cadena ocasionándole algún daño. Nadie más se acercó en su auxilio, a esa hora de la tarde, el parque solo era visitado por novios ocasionales que se escondían tras los arbustos para jurarse su amor. –como él y Maru-.  

Levantó a la niña de la mala posición en la cual se encontraba, lloraba a moco tendido, seguramente el dolor en su piernita era mucho. Teniéndola en vilo, desatascó el cuerpo de las garras del feroz columpio que parecía querer engullirla.

—Ya, ya paso ¿Estás bien? Entre hipos y pucheros, la niña se fue calmando

Efraín

Agradecimiento a Efraín Rubio

Ricardo Cabrera

Julio 07, de 2020

Nuestra ciudad se nutre de las muchas historias que protagonizamos día a día, algunas de ellas resultan tan fantásticas que trascienden el ámbito local en el cual ocurrieron para formar parte de nuestro imaginario.

En ocasiones, muchas de estas se pierden en el olvido, o la difusión de ellas, si bien va, será objeto de una plática por la tarde, en la compañía de un café, rodeados por la familia o amigos ocasionales.

Es el caso de este curioso relato.

Me fue referido por casualidad. Eran casi las cinco de la tarde, estábamos a punto de concluir nuestra jornada de trabajo en el complejo de La Venta, Tabasco. El sol era agobiante, y la falta de un lugar fresco me obligó a refugiarme en el contenedor que servía como almacén, en el lugar, algunos trabajadores tuvieron la misma idea que yo, Efraín, con quien ya había tenido oportunidad de amenas charlas, acomodaba las herramientas que los trabajadores iban trayendo.

Efraín es un hombre joven, de naturaleza vivaz y expresiva, el tipo de personas con las cuales empatizas inmediatamente, de hablar fluido y comunicativo. Después de unos minutos, retomamos la historia ocurrida en una etapa de su vida. Los recuerdos, de tan lejanos, ya no duelen, o al menos no lo hacen con la misma intensidad.

Transcurrían los primeros meses del año 2003, su familia, era pequeña, estaba compuesta por su hermana de seis años; él, con tres cumplidos, Olivia su mamá y Octavio, el padre; pareja bastante joven, cuyos problemas los estaban sobrepasando.

Olivia, había recibido la notificación médica como una sentencia, el cáncer de mamas se hizo presente en su vida, robándole la tranquilidad y sumergiéndola en una zozobra permanente por el destino de sus hijos pequeños.

Pa’ ¿Existen los ángeles?

Ricardo Cabrera

Julio 05, de 2020

—Pa’ ¿Existen los ángeles? Fue la pregunta a boca de jarro del pequeño que reposaba en la cama, sus labios estaban resecos y con un aspecto blanquecino, se le dificultaba respirar y entre espasmos y jadeos buscando aire para sus pulmones la vida se escapaba rápidamente de él.

          —¡Claro! Tú, eres uno de ellos, Con los ojos cuajados de lágrimas el hombre lo miraba con un enorme dolor que se había instalado en su pecho y crecía como si fuera un cáncer.

          La situación de ambos era bastante precaria, el niño, pese a presentar claros síntomas de estar contagiado de COVID, no había sido admitido en el hospital de la zona.

          —Créame que de verdad lo siento, vea por usted mismo hasta los pasillos están abarrotados, tendrá que atenderlo en su casa. De verdad lo siento muchísimo, para que su hijo entre, tendrá que esperar que alguien desocupe una cama, y como están las cosas, eso solo sucederá si el paciente muere.

La crudeza del galeno, ganada a pulso ante lo inevitable de la muerte, y los escasos recursos para contenerla, le habían dotado de una nueva a su personalidad, un tanto cínica y ruda. Solo en la superficie, desde el principio de la Pandemia, el hombre se había desvinculado de su familia por propia voluntad, el pequeño hospital rural fue convertido en un búnker, todo el personal médico se atrincheró lo mejor que pudo, desafortunadamente, la enfermedad resultó estar mejor armada y los empezó a diezmar lentamente, solo quedaban ya, un puñado de enfermeras, una médica y él.

El bastón de la abuela

Ricardo Cabrera

Julio 04, de 2020

Cuento 

 

 A sus noventa años, la abuela se conservaba con la misma fortaleza que un faro durante una tormenta, se la veía caminar por todos lados, sostenida solo por su inseparable bastón, fabricado específicamente para ella, su cuerpo de ébano era rematado por una especie de puño cerrado de marfil. En realidad, el artefacto era de una apariencia un tanto masculino, eso, por supuesto a ella nunca le importo. Autoritaria desde siempre, nos habituamos a su figura de carácter rígido y fuerte. Fungió siempre como la matriarca de la familia, sus órdenes no solían ser tema de mediación o negociación. Solía sentarse en un sillón de alto respaldo, supongo que lo apreciaba como si fuera su trono, Su cabello cano completamente, era peinado con esmero, en alguna ocasión, recuerdo a un primo decirle que el viento la había despeinado, eso fue suficiente para que él descendiera en la escala de sus afectos y quedara a un paso de ser un paria.

          Siempre enfundada en vestidos oscuros de mangas entalladas, era lo más semejante a una imagen victoriana, siempre pensé que ella se había desprendido de alguno de los cuadros que adornaban las altas paredes de la casa solariega.

          Llegadas las ocho de la noche, golpeaba el piso con su bastón, ignoro como se las agenciaba para conocer la hora con exactitud, un reloj en su muñeca no era un accesorio que fuera a juego con su personalidad. Su sentido del tiempo estaba guiado por la naturaleza, no había otra explicación, era posible que ella y las tortugas compartieran su ADN, aunque estas últimas podían llegar con diferencia de días a la playa para desovar, mientras que la abuela era puntual para marcar la hora en la cual se retiraría a dormir.

Dos centavos

Ricardo Cabrera

Julio 01, de 2020

Cuento 

…El tumulto de gente, tropezó con el marido de la hija predilecta de Porfirio Díaz, haciendo que dos monedas de un centavo cada una, saltaran entre los pies de los asistentes, dada su curiosa deformación.

El rostro de Don Ignacio palideció, estas monedas habían sido las protagonistas de la historia que recién contara a los presentes haciendo las delicias de todos. Quienes formaban el grupo, se dieron a la tarea de buscar tan peculiares objetos de cobre, dado su tamaño y la jungla de piernas masculinas y opulentos vestidos de las damas, que llegaban al suelo, convertían a esta acción en algo virtualmente imposible.

El revuelo por las moneditas extraviadas levantó murmullos que llegaron hasta donde Don Porfirio y Doña Carmen saludaban a sus invitados.

— ¿Qué está pasando en aquel extremo de la sala? Preguntó Doña Carmen con algo de curiosidad.

La pareja encamino sus pasos hacia donde un grupo de personas parecía buscar algo en el piso, salpicado de comentarios jocosos.

—Pues me parece que estaban jugando a la gallina ciega, comentó el caudillo un tanto divertido y remató.

—Y estando nacho de por medio, no me extrañaría que él sea la gallina.

— ¡Porfirio! Doña Carmen miró a ambos lados para ver si alguien había escuchado la impertinencia de su esposo que reía divertido.

— ¿Qué pasa, por qué tanto revuelo?

Un relato Oscuro

María de Lourdes Silva

Junio 26, de 2020

Un pasillo largo, solamente iluminado por antorchas de un extravagante color rojizo, un piso cuidadosamente cubierto por una alfombra de terciopelo carmesí, de paredes lisas y sin ninguna grieta. Cada paso en aquel lugar resonaba como el eco de una trompeta del apocalipsis, porque, si alguien se hallase recorriendo aquel difuso pasillo solo podía significar una cosa: caos.

Al final de ese pasillo, se alzaba una puerta de madera, con herrajes de oro que pareciesen estar pintadas de rojo por el leve brillo de las antorchas, y fisuras que aumentaban su tamaño conforme se acercaban a los bordes, con diseños únicos, que asemejaban caras de hombres agonizantes.

Custodiada por dos guardias, que se plantaban firmemente junto a la puerta, cubiertos por capas negras y caperuzas, me miraron; no podía verle las caras, pero sabía que me observaban, era una mirada que penetraba mi pecho. Después de unos segundos, simplemente me abrieron paso.

Dentro de la habitación el ambiente no era muy diferente, se sentía más asfixiante. En cada una de las cuatro esquinas había un hombre, igualmente encapuchado como los guardias de antes, pero, estos sostenían una vela de cera roja entre sus manos. Las paredes exactamente igual que las del pasillo, lisas y sin ninguna imperfección, sin embargo, te daban la sensación de que había algo a través de ellas, como si un centenar de ojos te miraran fijamente, cruzando tu alma en una fracción de segundo. Dos vigas se alzaban sobre mi cabeza, sosteniendo un arco con dibujos de nubes y ángeles pintados. Alcé mi cabeza, uniendo mirada con uno de los querubines, tan inocente a la vista, pero, una vez mirándolos mejor, te encontrabas con caras maquiavélicas y sonrisas burlescas.

—¿Se te perdió algo?

Bajé la mirada, guiando mis ojos al centro de la habitación. Una mesa redonda, con un mantel negro, tanto como el cielo nocturno y sin estrellas; nueve sillas, o más bien, nueve tronos, cada uno exactamente igual, pintados de negro y con picos decorándolos en las puntas. En ocho de ellas, se encontraban sentados aquellos seres, los cuales, no podría asegurar si eran simples mortales jugando a ser demonios, o demonios simulando ser humanos.

—No. Contesté.

Un perro llamado Cebolla

Primera Parte

Ricardo Cabrera

Junio 22, de 2020

Creció con la bendición del viento y con las caricias de la lluvia, hijo de perra fina, de familia de alcurnia. Mestizo, porque su padre cometió el pecado de brincar la cerca y encontrar la oportunidad de procrearlo. Con su vida pago el desliz, dejando, al motivo de su deseo: preñada.

El perro sin nombre, no recordaba la tibieza de la barriga materna, ni la lengua amorosa de su madre, su contacto fue con un viejo costal de yute, de los utilizados para transportar cebollas. Él y sus ocho hermanos fueron destetados con violencia. Ciegos, sin poder valerse por sí mismos fueron arrojados al arroyo cercano, el costal con los perritos fue arrastrado corriente abajo, el agua ahogó de inmediato a tres de ellos, los demás fueron sucumbiendo poco a poco, hasta que solo uno quedo, montado sobre los cadáveres de sus hermanos, soporto estoico el golpear una y otro vez contra las piedras, hasta que el costal quedo atorado en una rama, muy cerca de la orilla.

Un chiquillo, con el color del bronce que hacía resaltar los huesos que se marcaban en su desnutrido cuerpo, escuchó el gemido débil que provenía de algún lugar. Afinó el oído intentando encontrar la ubicación exacta. El costal desgarrado por el filo de las rocas en las que había golpeado, dejaba asomar la cabeza diminuta de un perrito blanco, sus ojos, no pudieron ver llegar a su salvador. La cara risueña que se alegraba de verlo, dejó ver unos dientes despostillados y una un grito salió de su garganta.

—¡Un perrito! Grito alborozado el niño. Deshizo, con la rapidez que le dieron sus pequeñas manos, el nudo gordiano, hecho con maestría. Con la maestría de aquel que desea impedir escape alguno.

Perfect

Ricardo Cabrera

Junio 20, de 2020

La gente comenzó a arremolinarse en torno a una joven pareja que bailaba frente al portal de su casa, no les importaba una ligera llovizna que hacía solo un par de minutos había comenzado a caer.

Él la tomaba delicadamente del talle, el árbol que extendía sus ramas casi desnudas encima de ellos, no era suficiente para cobijarlos del todo. Aun así, Erick continuaba porfiado, bailando con Blanche. Una pequeña bocina negra, solitaria sobre una silla puesta en forma apresurada lleva las notas que se amplificaban con melancolía, con sentimiento de tristeza que calaba. Ella se notaba tensa, él por su parte mostraba una determinación a toda prueba.

Los acordes de Perfect se mezclaron con el viento que hacía caer las últimas hojas rojas del arce. El otoño, estaba por paso a los fríos meses de invierno. Aun así, las notas llegaban claras, con una nitidez pasmosa.

Se habían conocido por casualidad, de eso habían transcurrida ya, dos años, y al igual que ahora comenzaba el invierno. Erick, bajó de su camioneta y entro apresurado a la cafetería, deseaba calentar su cuerpo en forma rápida, un buen café, sin duda lo lograría. Al entrar al establecimiento fue recibo por las notas de fondo de la canción emblema de Sheeran: Perfect. Todo hubiera ido bien con la imagen bucólica que lo recibía al entrar. Una pareja en el fondo parecía discutir. Ella se encontraba de pie, mientras él continuaba sentado platicando común par de amigos. Al parecer, no había caso, harta de insistir, la chica se dirigió al centro del lugar, empezó a moverse, suave y delicadamente al compás de las notas de la canción. Sin proponérselo, Erick había sido testigo de un momento ciertamente incómodo.

El escorpión y la rana

Ricardo Cabrera

Junio 16, de 2020

Basado en la fábula atribuida a Esopo

Desde lo alto de un árbol, un escorpión admiraba la destreza de una rana verde nadar las tranquilas aguas del río. Después, cansada de retozar y refrescarse, escogía indistintamente la orilla en la cual descansar. Días, tras día, su rutina era la misma, el escorpión envidiándola y la rana disfrutando ajena a los sentimientos que provocaba en su desconocido observador.

Venciendo su timidez, el escorpión decidió acerarse a la orilla en espera de ver llegar a la rana, un tiempo después, como era habitual en ella; la rana eligió la misma piedra en la que solía descansar.

—Esta es mi oportunidad. Con su mejor sonrisa, el escorpión se acercó a la rana, esta, desconfiada se lanzó nuevamente al agua. La sonrisa del escorpión se borró. La rana le vio dar media vuelta y alejarse. Esto la llenó de pesadumbre, se sintió mal por no darle la oportunidad de presentarse.

—Espere señor escorpión ¿Por qué me busca usted? El escorpión regreso de inmediato ante la presencia de la rana.

El pájaro conoció la tierra, porque yo lo había matado

Ricardo Cabrera

Junio 14, de 2020

“Quien para otro cava una zanja, en ella cae”

Fiodor Dostoyevski

Cierta mañana, el trinar un tanto discordante de un mirlo, me llegó desde lejos, me asomé por la ventana y busqué entre las ramas su oscuro plumaje. Lo vi, la felicidad salía a través de su pico amarillo. Y las notas se convirtieron en el lazo hacía un punto lejano en mi vida. La bruma espesa comenzó a abrirse, frente a mí se encontraba uno de los recuerdos más profundamente guardados, y al que no había tenido acceso no sé cuántos años ha. Nos habíamos reunido como era la costumbre, en las canchas vacías de la escuela primaria. Las vacaciones de verano habían iniciado y con ello nuestra franca etapa de correrías. Debo haber tenido a lo sumo diez años, y por alguna razón me había convertido en el líder de una manada de pillastres.

Nos convertimos en el azote de cuanto ser vivo se travesaba a nuestro paso, las piedras buscaban los flancos desprotegidos de los perros. Los chuchos, huían solo de vernos.

De mi nuevo libro: Cartas a través de la niebla !Proximamente!

Kuchisake-Onna La mujer con la boca cortada

Ricardo Cabrera

Junio 10, de 2020

…Uno de estos legendarios samuráis, contrajo nupcias con una mujer que se había hecho célebre por su belleza, por ello mismo, inalcanzable para el hombre común.

La mujer, cuya piel de blancura extrema era acentuada aún más por su cabello, el cual uno podía imaginar que era la extensión de la noche. Sus labios pequeños eran la invitación misma al placer.

Quien tuviera la fortuna de verla frente a sí, perdía la mesura y la lealtad que debía a su señor.

Por desgracia, la belleza exterior de la mujer no correspondía con la abominación de su alma.

La soledad de sus días cuando el marido salía en campaña, era aliviada por los cuerpos jóvenes, casi niños de aldeanos y viajeros. La visión de una mujer solitaria ofreciendo sus encantos con la impudicia de quien es dominada por la pasión, olvidando el recato, ofrecía su cuerpo a través de la frase ¿Crees que soy hermosa? Atrapados en los hilos de la hermosa araña terminaban siendo presa de los deseos, siempre insatisfechos de la joven mujer.

Su popularidad aumentó al grado tal de que llegó a oídos del marido. Sus soldados reproducían episodios que les habían llegado sobre la conducta de esa extraña mujer. Se decían entre ellos, que conocerla y compartir su lecho, bien valía la pena de que fuera el último día de sus vidas…

¿Has pensado dónde irás cuando mueras? El Tonalli se prepara para entrar al Mictlán

Ricardo Cabrera

Junio 07, de 2020

“Y he aquí, al final, que comienza el viaje,

el viaje al mundo de los caídos

entre pájaros de humo y sueños anochecidos,

en búsqueda del señor de los muertos

el de los ojos de estrella, señor de búhos y murciélagos.

Y la señora del mecate, la que vigila los huesos.

A descansar de la vida en el eco eterno del silencio”

 

Anónimo

Y la vida fue buena y larga, y fue vivida bebiendo de su agua, quemándose en el sol, los cabellos volaron libre con el viento, y las rodillas jamás tuvieron miedo de besar la tierra.

Una última mirada, las caras dolientes se suceden una tras otras, entre ellas una hay que me mira con regocijo, aprieta mi mano y me da la bienvenida al Mictlán.

El Tonalli aún no se desprende del cuerpo da un vistazo postrero a lo queda detrás, al Tlaltipac (La tierra de los vivos). La vida recibe a la muerte. No hay miedo en ello, la estadía en la tierra ha tenido el tiempo suficiente. Ahora queda una eternidad por delante.

¿Has pensado dónde irás cuando mueras? Cincalco, el lugar del maíz sagrado

Ricardo Cabrera

Junio 06, de 2020

“Me encantaría creer que cuando muera voy a vivir nuevamente de alguna manera, que algún pensamiento, sentimiento o parte de un recuerdo de mí seguirá existiendo. Pero con lo mucho que quiero creer eso, y a pesar de las antiguas y mundiales tradiciones culturales que aseguran la vida después de la muerte, no conozco ni un indicio que sugiera que eso no es más que una ilusión surgida del deseo”

Carl Sagan

Hoy, la familia de Huitzi, el pequeño colibrí, ha entonado cánticos rituales y a sepultado su cuerpo de xilote tierno a un lado del granero. Su cuerpo físico dará fuerza nueva al maíz, su energía impulsará nuevas vidas, alimentará los corazones de valientes guerreros, de nuevas madres. La tristeza invade a sus padres y a quienes le conocieron en esta vida. La tristeza solo es pasajera, están conscientes de que su Tonalli emprenderá el viaje. Su cuerpo pre púber, no vagará por los caminos del señor del Mictlán. No se detendrá en la casa de Tláloc, no existe confusión, el dios de la lluvia ya cuenta con la compañía de los tlaloques. Su Tonalli, es tan puro y radiante que no acompañara ni a guerreros o mujeres que perdieron la batalla en el parto. Su morada no será el Tonatiuh Ichan. Los dioses primigenios, los más antiguos, los creadores mismos de los tonallis, prestados a los cuerpos de los hombres, a quienes Quetzalcóatl les dio la vida con su sangre, esperan ansiosos su llegada.   Los niños y las niñas son como piedras preciosas, y a semejante tesoro le serán abiertas las puertas de Cincalco (el lugar del templo del maíz).

¿Has pensado dónde irás cuando mueras? Tonatiuh Ichan, la casa del Sol

Ricardo Cabrera

Junio 05, de 2020

Tonatiuh no existe, es una herejía que se antepone al único dios verdadero, no se necesitan sacrificios para llegar ante su presencia.

 

Tales eran las palabras para tratar de inculcar un nuevo orden religiosos en la cultura mexica, avasallada por los españoles.

Los sabios mexicas asentados en el valle del Anáhuac, no juzgaban la vida del hombre mientras esta duraba, la bondad y la maldad se regía por la forma elegida para morir, la redención era alcanzada a través de nuestras últimas acciones en el plano terrenal. Serían los dioses quienes sometería a nuestros tonallis a duras pruebas al llegar al Mictlán e iniciar el peregrinar a través de los peligros del inframundo, para ser uno en la eternidad.

Tonatiuh Ichan, la casa del sol. La cosmovisión mexica no ve un solo sol, son dos, que se dividen la luz y la oscuridad del día.  De esta forma Tonatiuh, el luminoso nos bendice con sus rayos y su luz durante el día y cede su protección durante la noche a Tecuciztecátl, quien fue convertido en la luna durante la creación de los dos soles (Ver la leyenda del Sol, la luna y el conejo), hasta comenzar un nuevo ciclo.

¿Has pensado dónde irás cuando mueras? Tlalocan, el paraíso mexica

Ricardo Cabrera

Junio 04, de 2020

Los pueblos originarios en México crearon un universo propio, lleno de riqueza cultural y religiosa, la muerte, común denominador era un tema de alta prioridad. Las alegorías sobre mundos habitados por dioses que aseguraban el paso de nuestras almas hacia la eternidad se fue perfeccionando acorde con el crecimiento de estas civilizaciones. En el momento de morir nuestras almas regresaban a quienes nos habían dado un cuerpo terrenal, de esta forma iniciamos nuestro por los lugares sagrados prometidos en vida.

  • El Mictlán, resguardado por el señor Mictlantecuhtli
  • El Tlalocan, morada del señor Tláloc y su esposa Xochiquétzal
  • Tonatiuchichan, lugar de residencia de Huitzilopochtli
  • Cincalco, donde habita Huémac.

Las religiones cuya visión monoteísta convergieron en tiempos, separados por la geografía, con las visiones politeístas de los pueblos “barbaros”. Las enseñanzas de los primeros, languidecen al lado de la riqueza de la imaginación de los pueblos originarios. Una cosmovisión diferente, no por ello equivocada, en la cual, al morir, teníamos un lugar asegurado que iniciaba en el Mictlán. Me ocuparé hoy de recrear dentro de mis alcances una visión de El Tlalocan, nunca me han gustado las historias que inician por el principio.

Beltz, el Guardián de almas

Ricardo Cabrera

Junio 03, de 2020

Para quienes me han dado la oportunidad de entretenerlos a través de la historia de Beltz el perro negro, contenida en el volumen I de Relatos que a la muerte divierten. Me gustaría ahondar en el génesis de este personaje; nos hemos acostumbrado a la presencia de un perro en nuestras vidas, sin tomar en consideración su propósito místico.

En el principio de los tiempos cuando la oscuridad y el caos reinaban, y la belleza del mundo tal y como lo conocemos no existía. Eran las deidades quienes moraban los cielos y el inframundo. Los gemelos Quetzalcóatl y Xólotl cuyas existencias divinas eran diametralmente opuestas, el primero era el portador de la vida, la luz y el conocimiento. Xólotl, cuya traducción del náhuatl significa monstruo; era la antítesis de su hermano, a él estaba asociado el miedo, la oscuridad y la muerte. Aunque en puntos opuestos coincidían sobre los destinos de una nueva raza que poblara el desierto mundo. Para ello, debían descender al Mictlán y traer consigo los huesos que en el inframundo eran custodiados por el poderoso señor de la muerte Mictlantecuhtli.

La leyenda de la Planchada en el Hospital Juárez de la Ciudad de México

Ricardo Cabrera

Mayo 25, de 2020

…Una nueva enfermera solicitó empleo, con la esperanza puesta en ayudar a quienes lo necesitaban. Su figura, atraía la admiración de quienes la conocía. Se llamaba Eulalia.

Era una hermosa mujer rubia de cabellos cortos y ojos azules, no debía tener más allá de veintidós años.

          Eulalia, portaba como nadie su flamante uniforme de enfermera, pulcra hasta la exageración, el cuello blanco almidonado, el delantal perfectamente planchado y la cofia en su cabeza de una blancura inmaculada.

          Eulalia se convirtió muy pronto en la atracción del hospital, gracias a su diligencia con los pacientes, su calidad y calidez humana era su principal carta de presentación.

          Esta dedicación era puesta al servicio de los pacientes y la apartaba de confraternizar con sus compañeros de trabajo. Pronto se hizo evidente la animadversión de muchos de ellos. La llamaban la Planchada, con la idea de estigmatizarla y menospreciar su persona.

          Eulalia poco caso hacía de ello y se dedicaba con mayor ahínco al cuidado de los enfermos. Los heridos solicitaban su presencia sobre la de otras enfermeras del hospital.

          Transcurrió cerca de un año desde su ingreso y la vida para ella era bastante buena. Con un empleo remunerado y una reputación de persona responsable. Eulalia tenía más de aquello a lo que se podía aspirar en ese tiempo.

De noche, por la calle, ellas es hoy la única que camina

Ricardo Cabrera

Mayo 14, de 2020

…La noche, transcurría igual de “divertida” que las noches precedentes. Dormir hasta tarde, pegado a la pantalla de la portátil se ha convertido en un hábito, a final de cuentas el trajín de las personas con las cuales cohabitamos nos marca nuevas disciplinas a las cuales tenemos que adaptarnos o terminar recluidos en nuestra Castañeda privada.

Inicié el viaje intentando llegar al destino más elusivo al cual me he enfrentado desde hace mucho: el sueño, cada tanto, cuando ya estás a punto de caer en sus redes un sobresalto y la imsomnia regresa. Por mi ventana la luz de las lámparas exteriores entra difuminada por las persianas, confiriéndole a mi habitación un tono de irrealidad que se disfruta. Finalmente perdí el juego por la conquista del sueño, debo haber dejado mis pensamientos detenidos por su avance cerca de las dos de la mañana.

Solo un poco después, el silencio se vio roto por el prolongado lamento desconocido de alguien que supuso sería una buena idea. Me senté de golpe y atisbé por la ventana. Todo en calma y en silencio como si aún continuara sumergido en un sueño. Un nuevo lamento, más largo…

Slenderman, si no lo conoces vives debajo de una piedra

Ricardo Cabrera

Mayo 07, de 2020

-Date prisa Morgan, esta carretera nos llevará hasta la mansión de Slenderman. Anissa apuraba a su amiga, venía tras ella como si la arrastrara. La camiseta blanca y sus tenis observaban sendas manchas de sangre.

Morgan le observaba avanzar casi al trote. Tras lo lentes, su mirada huidiza observaba el camino solitario. Los acontecimientos se habían precipitado y ahora ya no se podía remediar.  Una patrulla del condado de Waukesha, Wisconsin, se acerca a ellas, la actitud de las niñas de doce años le resulta sospechosa y las traslada a la ciudad.

Minutos antes, un ciudadano ha dado parte al departamento de la policía. La calma es rota por el ulular de sirenas, ambulancias y patrullas convergen el mismo lugar, un helicóptero sobrevuela las calles en busca de dos chicas.

La luz del día iluminaba el solitario callejón al sur de Ribera, son casi las diez de la mañana del último día de mayo del año 2014.  En ciclista; Greg Steimberg, encuentra a su paso un bulto ensangrentado, se acerca y escucha sus quejidos. Es una chica, tras ella se nota el rastro que debió seguir, se había arrastrado penosamente hasta llegar al camino pavimentado, su cuerpo, cubierto de sangre y hojas secas, no dejaba lugar a dudas que había sido víctima de un violento ataque.

San Blas, el muelle del desamor

Ricardo Cabrera

Mayo 06, de 2020

Los labios marchitos de Rebeca se movían suavemente, su hija, imaginaba una plegaria en los labios de su madre, la vida de la novia de San Blas estaba llegando a su fin. Estuvo llena de historias, la mayor parte de ellas resultado de la ficción. Su vida real, fue más dolorosa, las desventuras se acumularon como si se hubieran ensañado sobre ella.

La belleza de Rebeca, nacida en Guadalajara en el año 1943, era de todos conocida y admirada, iban a la par con su voz, con la cual deleitaba los oídos de sociedad nayarita.  La fama empezaba a sonreírle a la joven, sus admiradores se multiplicaban día a día. Rebeca se enamoró de un joven, cuyo nombre se desconoce, a él entregó su amor, la dicha les sonreía y aumentó al saberse embarazada. La familia de él, no se mostró conforme con la historia de amor de la pareja de los jóvenes; hicieron todo lo posible por separarlos, les aterraba la idea de que abandonara sus estudios y no concluyera su carrera, terminaron enviándolo al extranjero.

Rebeca quedó en una posición de desamparo emocional, no pudo superar el desconsuelo de haber perdido a su primer amor y su mente se extravió por caminos menos hostiles que aquellos que le presentaba la vida real.

El Sol, el Conejo y la Luna, la leyenda de su creación

Ricardo Cabrera

Mayo 04, de 2020

En el principio de los tiempos solo reinaba la oscuridad y el caos. Los dioses reinantes decidieron que era tiempo de terminar con esto, era necesario introducir el orden y la luz. Todo lo creado debe brillar para la propia gloria de los dioses creadores. Se reunieron en Teotihuacán (El lugar donde los hombres se convierten en dioses). En torno al fuego sagrado en un lugar llamado Teotexcalli (La casa del peñasco de los dioses), comenzó la discusión. Tomó la palabra Tecuciztecátl (el que procede del lugar del caracol marino). Era un dios soberbio, ataviado con plumas de quetzal, era rico y pretencioso. Fue él quien primero se ofreció.

-Yo alumbraré el mundo, mi luz brillará por toda la eternidad. Los dioses se preguntaron entre ellos, quien sería el otro acompañante. Uno a uno los demás dioses ahí reunidos se miraron, nadie se ofreció al sacrificio de inmolarse en el fuego sagrado junto con Tecuciztecátl, todos bajaban la mirada, el dios le veía como inferiores, su actitud de desdén se reafirmaba al ver a los demás dioses que rehuían el sacrificio de sus propias vidas.

 

¡Ponme la mano aquí, Macorina!

Ricardo Cabrera

Mayo 03, de 2020

Los neumáticos de caucho del Hispanoamericano blanco dejan su huella en las calles de La Habana; El vehículo se desplaza con inusual velocidad, atrae las miradas desde las aceras. No falta quien, al verse injuriado cierre sus ventanas. El volante es sujetado en forma delicada por dos manos enguantadas. La sonrisa del diablo enmarca los labios rojos de su dueña.

 

“Ponme la mano aquí, Macorina

Ponme la mano aquí

Ponme la mano aquí, Macorina”.

María lo conduce, su cabello negro se esconde a medias en un sombrero, más bien un sofisticado gorro recamado en piedras que se iluminan con las luces nocturnas, de los extremos, unas borlas igualmente luminosas caen como cascadas sobre sus hombros. El Tropicana la espera, su mirada resplandece de felicidad, su victoria sobre los puritanos de la habana ha quedado indeleble en un papel: su título, como la primera chófer, la catapulta encima de los demás; es 1917, ella, María Calvo Nodarse; se convierte en la primera mujer al volante en América en ser reconocida como piloto automotor. 

 

La Niña de Guatemala, la que murió de amor

Ricardo Cabrera

Mayo 01 de 2020

“Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor”.

Las tertulias que tenían lugar en el domicilio del Gral. Miguel García Granados congregaban en la década de los 70´s en el siglo XIX, a los más connotados literatos e intelectuales de la época en Guatemala. José Martí, era por en ese tiempo un incipiente poeta y un destacado periodista, recién había llegado procedente de México a la ciudad guatemalteca, de naturaleza vivaz y extrovertida, pronto se hizo un lugar en la sociedad de ese tiempo. Conoció a la actriz dramática Eloísa Agüero y a través de ella a Carmen Zayas Bazán de la cual quedó impresionado y sin pensarlo mucho la requirió en matrimonio.

La presencia de una linda joven vestida de egipcia llamó poderosamente su atención, del brazo de otra acompañante, era ella quien reclamaba las miradas. Era la hija del Anfitrión: María García Granados y Saborío, joven de 17 años, cuyo cabello negro y crespo dominaba como marco perfecto su cara juvenil. Con una personalidad que la hacía resplandecer. Era diestra en el uso del piano, declamando y cantando. José Martí quedo prendado al momento de la jovencita; él, era un joven de 24 años.

La leyenda del periodista que no pudo salir del Manicomio de Mérida, Yucatán.

Ricardo Cabrera

Abril 28 de 2020

Ocurre hace mucho tiempo, la fecha exacta se ha perdido, pero eso, resulta ser lo menos importante. Un periodista, cuyo tedio lo había llevado a renegar de su profesión, debido a lo repetitivo de sus notas, busco en el director la aprobación para escribir sobre algo diferente. Los últimos reportes presentados por profesionista dejaban entrever que en efecto ya no sentía la misma estima y amor por su trabajo. Su vida en el hogar, por otro lado, se había vuelto un tanto monótona, necesitaba urgente un cambio de aires. Así que con permiso o no, el buscaría sus historias. Dado que contaba con el aprecio de su jefe, obtuvo el permiso para poner en marcha una idea que venía albergando en su cabeza desde hacía ya algún tiempo: Iniciar una investigación sobre los manicomios. Decidido, preparo su equipaje y se trasladó hasta la ciudad de Mérida, la desaprobación de su mujer no fue obstáculo. Estaba empecinado en dar forma a su historia. Además, decidió no confiarle a ella sobre sus intenciones, no deseaba preocuparla

La casa de las Brujas en la Colonia Roma, CDMX

Ricardo Cabrera

Abril 14 de 2020

Nacida en Parral, Chihuahua, hacia el año 1900; Bárbara Guerrero, mejor conocida como Panchita, fue la curandera más famosa en todo el territorio mexicano, su fama, trascendió incluso nuestras fronteras. Vivió en la colonia Roma, en el edificio Río de Janeiro, conocido como el edificio de las brujas. Un tanto, por la fama que Panchita le había conferido y otro por el singular torreón que remataba la esquina de este edificio de ladrillos rojos.

La popularidad de Panchita sigue vigente hasta nuestros días, fue reconocida en el extranjero como la única Chamana psíquica, sus procedimientos fueron documentados por personalidades de la época, todos ellos altamente reconocidos por sus trabajos. Incluso, Alejandro Jodorovsky sucumbió a su halo místico y fungió, en algún tiempo, como su ayudante.

Las curaciones místicas de Panchita ocurren en las fronteras de la imaginación, sus pacientes llegaron a contarse por miles a lo largo de toda su vida; la cual se apagó el 29 de abril de 1970.

Solía entrar en una especie de trance, durante este período era habitada por el espíritu del hermanito, como ella solía llamarle. Afirmaba que se trataba de Cuauhtémoc, el último emperador mexica, durante este período de introspección psíquica, se sublimaba en las artes de la curación chamánica

La atención de Panchita para sus artes curatorias no hacia diferencia entre la multitud de clientes que las solicitaban.

Aunadas a las sanaciones a través de los métodos tradicionales de la herbolaria, aprendidos a lo largo de su vida. Panchita se hizo especialmente famosa por sus métodos bizarros para practicar operaciones en sus pacientes. Armada con un bisturí casero (un viejo cuchillo de cocina, cuyo mango estaba envuelto en cinta de aislar, porque estaba roto) sostenido en lo alto, abría los cuerpos dolientes y extraía órganos que no funcionaban adecuadamente. Sus manos, adquirían una destreza de cirujano, el ambiente era iluminado con una luz mortecina, Panchita aseguraba que era necesario para el éxito de su empresa. Todo esto sin ayuda de anestesia local, el sufrimiento era por demás terrible, no había cuidados especiales, ni un mínimo de asepsia. “El curado”, una vez cerrada su herida, era envuelto en una sábana blanca, tal como si de una mortaja se tratara. Posteriormente enviado a su casa, donde debería reposar por lo menos tres días. Terminado el proceso post operatorio, el paciente podía continuar con su vida normal.

La colonia Roma, durante décadas fue reconocida por ser la residencia de tal prodigio de mujer. Fue reconocida por su labor altruista, no establecía una tarifa por sus servicios, era ayudada a través de las donaciones de sus pacientes.

Su muerte causó honda conmoción entre quienes conocían de sus artes. Panchita, cuyo vínculo entre este mundo y planos astrales desconocidos, se movió siempre con un aura cercano al de una santa.

La ya de por sí, celebérrima casa, vio acrecentar su fama debido a los rumores que empezaron a suscitarse. En el inmueble se escuchan gritos, ruidos que no tienen explicación, En el programa La mano Peluda, una mujer habló para dar cuenta de estos sucesos que se han vuelto intolerables y que los inquilinos aseguran son demoníacos.

Los residentes cercanos al edifico de Río de Janeiro se han topado en la calle con la presencia de una misteriosa mujer que corresponde a las características de la mítica Panchita. Esto ocurre cuando se sienten atribulados por alguna pena o enfermedad, es entonces que reciben el ofrecimiento de la extraña mujer. Ella misma se ha identificado como Panchita, y les asegura que es necesario que siga haciendo buenas acciones para encontrar el reposo eterno.  Cuando vengas a la ciudad de México, no olvides visitar esta iconíca casa.

Los pollos cachurecos de Mazateupa, leyenda popular tabasqueña

Ricardo Cabrera

Abril 21 de 2020

Nacajuca, es un pequeño municipio que se localiza en el estado de Tabasco en el sureste mexicano, antaño era predominantemente poblado por la etnia chontal. Hoy día, los descendientes de los antiguos pobladores se ido incorporando a la vida moderna, dejando de lado sus tradiciones, costumbres y narraciones extraordinarias.

Una de ellas, proviene de hechos suscitados en los años sesentas en el poblado de Mazateupa (Templo del venado en náhuatl), y llega hasta nosotros, gracias a la costumbre de los ancianos del lugar de transmitirla a las nuevas generaciones.

En el rancho conocido como el Guanal, situado en la Sabana, como solían denominarle los lugareños, se asentó una familia. El lugar en extremo solitario era temido por las cosas sobrenaturales que se contaba, sucedían ahí.

Misnébalam, la leyenda del pueblo fantasma

Ricardo Cabrera

Abril 18 de 2020

En 1921, las cosas parecían finalmente haber salido de control en la hacienda de Don Francisco G. Márquez ubicada en el municipio de Progreso en Yucatán. Misnébalam era parte de la bonanza henequenera de la época, unas 170 personas se apretujaban en un pequeño poblado alrededor de la hacienda. Aunque pequeña, en comparación con las grandes haciendas de la península, la producción era suficiente.

Don Francisco, regresaba a la hacienda, le acompañaba su hijo y algunos de sus empleados. Los caminos blancos de piedra caliza, levantaban una pequeña nubecilla de polvo, los árboles bajos propios del lugar los flanqueaban. La tarde calurosa los agobiaba, los caballos se notaban nerviosos y miraban desconfiados hacia los lados.  Cabalgaban despreocupadamente, pronto llegarían.

Por la cabeza de Don Francisco cruzaban los últimos acontecimientos que ensombrecían el otrora apacible lugar. Lo sucedido a Julián –Juliancito- como solían llamarle, le enfurecía sobremanera, pero los sucesos posteriores le erizaban los vellos de la piel.

 

La leyenda sobre el porqué los zopilotes son negros

Ricardo Cabrera

Abril 17 de 2020

En la antigüedad los cielos mayas eran surcados por las hermosas aves que la imaginación pudiera recrear. Hunab Ku, había sido especialmente generoso con los Chom o zopilotes. Eran aves magnificas, su plumaje verde esmeralda reflejaba la luz del sol. Al verlas, los pobladores de la tierra se maravillan y alababan la creación del Dios. No solo su belleza física impresionaba, los hombres envidiaban la maestría de estas aves al emprender el vuelo. El viento no tenía secretos para ellos, se sumaban a las corrientes de aire como si fueran uno solo; se movían con gracia y destreza ascendiendo tan alto que se podría decir que lo hacían para recibir las caricias de Kikich Ahau –El Dios Sol-  Se elevaban tan alto que se volvían puntos diminutos en el azul del cielo, se perdían entre las nubes y reaparecían con destellos metálicos que el Dios sol reflejaba en sus portentosas alas. La mayor parte del tiempo se complacían en volar para ser admirados. Bajaban ocasionalmente para saciar su hambre, esta tan prodigiosa como su apariencia. Con semejantes dimensiones, siempre tenían hambre. Debían seguir comiendo para evitar languidecer.

El señor de Uxmal consideraba que su pueblo había sido bendecido al igual que los chom. No se contentaba con elevar bendiciones al dios de la creación, sus hombres sabios, junto con el solían organizar festejos de gran importancia en su honor, para ello, los principales señores se daban cita y compartían los festejos.

La leyenda de Nachito

Ricardo Cabrera

Abril 16 de 2020

Todos en algún momento hemos desarrollado alguna fobia, algunas de ellas solo nos llevan a experimentar ansiedad. Incluso, de alguna forma encontramos como superarlas sin que se conviertan en un problema de vida. Hay quienes, por el contrario, no logran superarlo durante toda su vida.

Imaginemos ahora como podrían afectar a un niño. Esta es la historia de Ignacio Torres Altamirano, mejor conocido como Nachito, su leyenda ha cautivado los corazones de quienes la escuchan durante década tras década desde que se suscitaron los hechos.

Bajaban ocasionalmente para saciar su hambre, esta tan prodigiosa como su apariencia. Con semejantes dimensiones, siempre tenían hambre. Debían seguir comiendo para evitar languidecer.

El señor de Uxmal consideraba que su pueblo había sido bendecido al igual que los chom. No se contentaba con elevar bendiciones al dios de la creación, sus hombres sabios, junto con el solían organizar festejos de gran importancia en su honor, para ello, los principales señores se daban cita y compartían los festejos.

La alegría por los festejos era, en apariencia compartida por todos, excepto por Yum Kimil, el Dios del inframundo, confinado a las oscuridades eternas, envidiaba el regocijo y la felicidad de los hombres.

La leyenda de la calle del Niño Perdido

Ricardo Cabrera

Abril 14 de 2020

Acostumbrado al bullicio de la Ciudad de México, resulta especialmente difícil tratar de asimilar la nueva visión de las calles y avenidas cercanas a un estado de desolación casi total. Habiéndome visto obligado a caminar por las aceras del eje central, llegué casi hasta donde converge con Fray Servando Teresa de Mier. 

Después de tantos días de encierro involuntario al que nos vemos sometidos a causa de la pandemia, sentía que se me dificultaba un poco la respiración. El Parque a un costado de mí, me invitaba a sentarme para tomar un nuevo aire. La sombra de los árboles y el ambiente fresco bajo ellos me distrajo un poco.

5 comentarios en “Historias y Leyendas”

  1. Es un placer encontrar talentos nuevos, en esta época de todo rápido y todo para consumir de inmediato, es un oasis de paz encontrar una visión que evoca entender el de donde venimos en un costumbrismo dinámico, ligado a un buen relato.

    Muchos de los relatos se sitúan en lugares que para mi generación tienen aroma a vida, esos rincones en diferentes geografías, en pequeños rincones, que hacen que la historia nos lleve de un relato a una experiencia sensorial, cosa que se agradece.

    Gracias por brindarme este agradable gusto de redescubrirme por medio de tu imaginación.

    Alberto Oriza

  2. Eva María Nieves

    Acabo de leer la historia de Panchita y la Casa de las Brujas. Viví en CDMX muchos años, caminé por la Colonia Roma, y nunca escuché sobre esta casa. ¡Qué lástima!
    Es una excelente historia, y muy bien narrada. La próxima vez que vaya, trataré de ir.
    En otra escapada de tiempo, continuaré leyendo tus relatos.
    Muy interesante.
    ¡Felicidades!

    1. Apreciable Eva María, La historia de Panchita forma parte de nuestro folklore, tal como ocurre con María Sabina, me alegra acercarte un poquito de este y mejor aún que lo hayas disfrutado. Seguiré llevando hasta ustedes pedacitos de nuestra ciudad, rincones escondidos e historias que poco se conocen. Saludos

  3. Tras leer «La Niña de Guatemala, la que murió de amor» me quedo con un gran sabor de boca de lo directo, casi como nota periodística, pero también sublime de esta historia, la cual me hace pensar no tanto en el dolor del abandono que dicha niña debió sufrir, sino del peso moral de las consciencias de un Jose, que nunca pudo vaticinar tan cruel final. Gracias por la reflexión.

  4. Excelente relato el titulado «Pa’ existen los angeles?»

    Me conmovió y transportó a esa sala de hospital. Gracias por la lágrima que casaste.

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